COMENTARIOS AL LIBRO HAY TORMENTOS RABIOSOS.



Angelina Muñiz-Huberman
Doctora en Letras por la Universidad Nacional Autónoma de México.
Texto leído en la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería el 27 de febrero de 2006 y publicado en la revista Este País, núm 189. Diciembre 2006.

Un mundo renovado

¡Ay, títulos! ¡Ay, libros! ¡Ay, autores! Hay títulos, hay libros, hay autores. No sé en cuál de los dos estados quedarme, si con la interjección o con el verbo. Seguramente con ambos. Ricardo Diazmuñoz elige, repite y remite al famoso verso de Gutierre de Cetina: “Ay, tormentos rabiosos!” para convertirlo en verbo: “Hay tormentos rabiosos.”
Es pues el título un anuncio de un mundo clásico que va a ser renovado. De un mundo nostálgico en donde la palabra cuenta como búsqueda poética e imaginación sin límites. El libro reúne cuatro relatos, algunos premiados y publicados en revistas prestigiadas ahora reunidos en Laberinto Ediciones. El tono oscila entre lo vivido, lo vívido y lo onírico. El ritmo, lento y acucioso, apasionado, descubre reflejos, sutiles gradaciones de estados de ánimo, lo inusitado y el misterio de todas las cosas. A la manera de cámara fotográfica los muros, las habitaciones, los muebles, la vegetación, los cuerpos, las calles crean una nueva ciudad sólo en sueños entrevista. La precisión y, al mismo tiempo, la ambigüedad fluyen en frases donde el sustantivo, el verbo, el adjetivo olvidan sus fronteras y danzan intercambiando funciones. En un deseo de abarcar la conjugación total, presente y pasado se funden, y el yo narrador fluctúa de la primera a la tercera persona, de lo masculino a lo femenino.



El título del primer relato ya lo anuncia: “De las agujas y de cómo los colores y el bordado”. La aparente exactitud desemboca en una enunciación incompleta, es decir, sugerente. Hay agujas, colores y bordados, pero a dónde conducen, cómo se comportan. Si hay agujas, colores y bordados índice es de un tejido y si de un tejido se trata, de un principio y de un fin, de una vida y una muerte. De un tejido (texto) que nace y muere naturalmente, sólo por el deseo dirigido. Amor perfecto en el bordado atrapado, que por ello dibuja su muerte. Así el “cómo” del título nos da ya su respuesta. Las agujas, como pequeños puñales, se asocian con muerte y venganza, pero, sobre todo, con sacrificio. Haber hallado el estado de espiritualidad exige un sacrificio, una máxima ofrenda. Las tres labradas agujas que recibe la protagonista convierten los hilos de colores en vida misma, mientras que la vida misma se opaca y languidece. “Y cuando las rosas de hilo emergían sobre la estupefacta superficie de lino, las orgánicas se desplomaban marchitas.” (p. 19) Una técnica inversa a la de Oscar Wilde cuando el cuadro de Dorian Grey envejece y el hombre mantiene su frescura y juventud. Las agujas arrebatan la vida de los seres para dejar sin competencia el objeto representado. La tienda de antigüedades es el origen de sueños ocultos. Bordar la cara del amado es bordar su muerte y el color de los hilos atormenta: “Hilo negro; nómadas cabellos; punto de ojal; boca pegada al reto; hilo rojo; nervaduras de madejas que se mueven a derecha e izquierda; blancos hilos; tactos humectantes; punto de cruz; verdes hilos... las facciones de Claudio que crecen hasta convertirse en la liturgia de un mar incandescente...” (p. 22). Según avanza el bordado se convierte en un impulso erótico irrefrenable que sólo se calma con la muerte. El cuerpo sin vida se ha trastocado en un bordado perfecto que requiere de la última aguja para inflingir la muerte de la bordadora: “... apreso, con manos febriles, la tercera aguja, la más pequeña, y me dispongo a bordar mi propio rostro”. (p. 23) Tejido, principio y fin, vida y muerte cierran sus ciclos.

Foto:Maryell Finisterre

El relato siguiente: “Que trata de la luz y de las arenas todas” es un canto al erotismo. El hilo conductor se desenvuelve en torno al membrillo en su faceta afrodisiaca. El fruto une y está presente en los pasos del amor: incita, desata, provoca. Su forma, su sabor y su perfume encierran una historia de amor pleno. Un amor breve, casi instantáneo que perdurará en la memoria del narrador. La protagonista de nombre variable en torno a Mariana, Marina, Mayrán, es una arqueóloga de paso en un pueblo cercano a un desierto. Así las antiguas fuerzas de la naturaleza, de las cuevas prehistóricas, de sus figuras grabadas, del misterio que encierran se convierten en el otro misterio indescifrable que es el amor. “Miles de impulsos eléctricos, de señales, vibraron en mis moléculas y supe, entonces, que el ser del amor es la luz y la esencia del hombre la inmortalidad.” (p. 32) Un amor poderoso que alcanza su clímax en comunión con la naturaleza y con el lenguaje: un pedernal, una concha y el perfume del membrillo se encargan de simbolizar el orgasmo poético-biológico. “Y cuando nuestros cuerpos fusionaron delectaciones y florescencias, un olor a membrillo impregnó cada corpúsculo de polvo, cada oleada del viento, y todo fue resquebrajarse de universos, brillos, sucederes, épocas pretéritas y futuras, cientos de generaciones iniciando una lenta y armoniosa trayectoria en nuestros cuerpos.” (p. 32)



El título siguiente, de reminiscencias románticas: “Que trata de ciertos papeles” (“y de cierta noche” en el manuscrito original) es un largo relato sobre la inestable frontera entre sueño y vigilia. Como tal, el tono melancólico permea las descripciones, el ambiente, la estructura. El paisaje, la vegetación, la casa en ruinas asfixian las palabras y se desbordan en imágenes. El león de la aldaba ruge y la puerta se abre a corredores, pasillos, patios, espesores laberínticos. La obsesión por el papel, todo tipo de papel, aparece desde la invitación a la extraña morada. Su dueña, de nombre que juega con la fonética y la ortografía: Besania con be: es cruel y lasciva. Atrapa al invitado y lo conduce a un más allá del erotismo, sin regreso ni fin. Plantas marinas, caracoles, algas crecen y dominan la mansión. Al mismo tiempo que papeles de todo tipo crujen, se retuercen, toman forma e invaden la vida incipiente. La vida misma se vuelve de papel y el papel ejecuta su propio papel. La pareja primigenia, en soledad, se entrega a imparables escrituras del cuerpo mientras las paredes se derrumban y los ecos se multiplican. El papel se vuelve omnipresente, ubicuo, todopoderoso. Toma el espacio de la divinidad y llega a ser alimento del cuerpo y del espíritu: “papel florido” (p. 41). Abarca los sentidos: la vista, el tacto, el sonido, el olor, el sabor. Junto con la vegetación y la humedad invaden el paisaje interno de la mansión en ruinas donde los habitantes son presa de la vesania y de Besania, mujer-araña sin edad que atrapa amantes en sus redes. “En el cuerpo de Besania se despiertan y crecen demonios, dioses.” (p. 61) El erotismo se desliza in crescendo, invadiendo lo inexplicable, el pavor, la presentida muerte, el sueño de todas las cosas. “Besania acciona las tijeras /y un dolor afilado hiende mi cuerpo, desde la parte más alta del cerebro hasta la más baja de la espina dorsal y se extiende, vertiginoso, hacia la planta de mis pies y más allá.” (p.63) Y, sin embargo, todo puede ser sólo un sueño sin el mínimo deseo de despertar.



El relato que cierra el libro lleva por título: “Donde se habla de una calle, unos balcones y unas puertas”. Como los relatos anteriores gira en torno a temas recurrentes, obsesivos, plenos de dudas y de situaciones oníricas. A éstos se añade una nueva preocupación: los mapas y los recorridos geográficos. Desde la ciudad de Lima, una calle en especial, la denominada Cueva, unos balcones, unas puertas, pero también perros, moscas, azulejos, un mendigo, una anciana, Sofía y Ella (¿la muerte?), con el fondo musical de una sonata de Marcello, aparecen y desaparecen guiando o perdiendo a Sebastián. Sebastián anhela entender el sentido de una máscara proveniente de Duala (Camerún) y esto le permite añorar un recorrido por África, su paisaje, sus animales, las astas de la gacela. Sebastián, estudiante de Antropología (p. 69) o de Antrología (p. 80), que no es una errata sino la firme intención de subrayar el nombre de la calle Cueva, presente en todo el relato, se detiene en la enumeración caótica de símbolos religiosos, totémicos y hasta kitsch: una “imagen de Jesús envuelta en vinilo.” (p. 88) Sebastián, el encargado de unir los tiempos históricos y los espacios geográficos se ve a la vez en Lima y en Duala: “Y yo, Sebastián, nombrado Sebastián por ti, estaré recargado en una puerta viendo cómo te inclinas sobre el barandal del balcón que adorna la calle Cueva.” (p. 92)



Estamos ante cuatro relatos que ahondan en su propia esencia, que crean un peculiar mundo de extraordinaria belleza, alejado de modas o intereses mezquinos y circunstanciales. Para Ricardo Diazmuñoz la literatura es una auténtica expresión artística, sólida, valiente. Ama su oficio y lo convierte en una artesanía elaborada con precisos y preciosos instrumentos, a la manera de un tejido, de un bordado, de una reconstrucción arqueológica, de una sublimación del amor, de un viaje por tierras ignotas y fantásticas donde extrañas joyas muestran facetas inesperadas. Cuatro relatos que aseguran que la buena literatura defiende su esplendor.



Revista El Cuento, núm. 69. Abril-junio 1975
Texto
Edmundo Valadés
Escritor y periodista.

Oriundo de la ciudad de México (1942), Ricardo Diazmuñoz alterna una decidida vocación literaria, que incursiona en las ramas de la poesía, el relato breve, la novela y el teatro, con tareas de director que ha ejercido en Lima, Perú, en grupos universitarios y en otros profesionales varios años, y ahora en México... Su relato De cómo las agujas, los colores y el bordado, hace sentir a un escritor con muy buen lenguaje, que elabora diestramente, impregnándolo de aguda finura, y que señala a un escritor sin duda muy interesante.

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